miércoles, 23 de junio de 2010

LA AMISTAD UN REGALO DE JESUS

¿Cuántos amigos y amigas podemos recordar, desde cuando fuimos al Jardín de Infantes, en el barrio, en la escuela, el secundario, la universidad, en el trabajo… en la vida? Con algunos/as pudimos cultivar esa amistad que como un árbol fue creciendo y profundizando sus raíces, engrosando su tronco; mientras que con otros y otras, fueron quedando en el camino… Quizás de muchos de ellos/as no hemos vuelto a saber. Pero existen también aquellos/as que hoy sienten que viven en soledad. Que la amistad es algo que no existe, que no es real. Que las personas se acercan por interés. Que no existe la verdadera amistad.

Recuerdo aquel amigo que, por más que han pasado muchos años desde cuando nos vimos, aún guardo su recuerdo: una mañana fría en que siendo adolescente pasaba por una crisis propia de mi edad, sintiendo que nadie me entendía, que ninguno podía comprender lo que pasaba tanto por mi mente como por mi corazón, pérdidas que llamamos hoy. Y este amigo que había venido a visitarme, me vio sentado en la entrada de mi casa. Percibió la profundidad de mi tristeza. No me preguntó qué me pasaba; sólo se sentó a mi lado, puso su brazo sobre mis hombros y estuvo allí, por no sé cuanto tiempo. No me dijo nada pero, paradójicamente, me lo dijo todo…

Alguien escribió que “un/a amigo/a es el/la que camina a nuestro lado, tanto en los buenos como en los malos momentos; es quien escucha y sin estar de acuerdo muchas veces, no nos juzga. Es el/la que se ríe contigo, el/la que te fortalece con sus palabras. Un/a amigo/a es lo mejor que nos puede pasar.” Quien escribió estas líneas, ¿se habrá inspirado en el Jesús amigo? Porque pareciera que estuviera describiendo a ese amigo que sale a nuestro encuentro y, aunque pensemos que estamos solos y que nadie se acuerda de nosotros, él aparece como el AMIGO que es.

Vivimos tiempos de soledad y desasosiego; tiempo de miedos y temblores; tiempo de incertidumbres y dudas; tiempo de querer escapar de lo sombrío y encontrar lo luminoso. Pero sabemos que tenemos amigos y amigas a quienes recurrir. Sabemos que a través de ellos y ellas podemos escuchar la voz y la mano generosa que se acerca a nosotros del Amigo dilecto, llamado Jesús.

Invitémosle a acompañarnos; El responde. Pero debemos estar dispuestos a escucharle y a discernir su voz y su voluntad. Invitémosle, como Comunidad de Fe, a que sea nuestro amigo fiel. Recordando al salmista, que nos dice: “Aunque ande en valle de sombras o de muerte, no temeré mal alguno, por que tú estarás conmigo” (Salmo 23.4). Ésa es la amistad que perdura por los siglos de los siglos.

Aun creo en la amistad… ¿Será que tú también lo crees? Que así sea.

Marco Ochoa Jara
Pastor

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