Hubo un tiempo en que esperábamos con ansias el momento de armar el barrilete con el abuelo, el papá, el tío, el hermano mayor… y remontábamos vuelo, como si estuviéramos volando junto con nuestro barrilete; sí, ése de papel muy fino y de muchos colores, con el que nos uniera un gran ovillo de hilo fuerte, que nos permitiera llegar lo más alto posible y que no lo perdiéramos en el intento.
Buscar otros cielos. Buscar nuevas tierras que hoy comenzamos a vislumbrar. Ya no sólo busco el viento que remonte mi barrilete; ahora quiero ser levantado por el soplido que produce el mismo Espíritu Santo. El aliento que hoy necesito para remontar vuelo esta dado por mi Señor Jesús a través del Consolador, del propio Espíritu Santo.
Pero es necesario el otoño en nuestra vida, tiempo en que vemos cómo las hojas de los árboles caen delicadamente. Ese tiempo en que me doy cuenta de que solo no puedo remontar vuelo; tiempo de reflexión, tiempo de meditación. Tiempo en que necesito del impulso de mi hermano, de mi hermana, de mi familia. De mi Dios.
Antes, quizá podría haber alcanzado ese cielo que buscaba ansiosamente mi barrilete. Pero ése era un primer cielo; ahora quiero alcanzar el cielo de la primera promesa: "Vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la tierra pasaron" (Apocalipsis 21.1).
Hoy escuchamos hablar del Bicentenario, de recordar el grito de libertad que se gestara el 25 de mayo de 1810. Pero yo no quisiera sólo recordar esa libertad, sino la que en Cristo, nos hace verdaderamente libres. Él es quien rompe cadenas y nos permite ser nuevas criaturas. Él es el verdadero liberador.
Otoño, época de vientos, mes de mayo, época de revoluciones. Otoño y mes de mayo, época de Pentecostés, época del corazón ardiente wesleyano. Soplido del Dios viviente que fecundó su creación.
Marco Ochoa Jara
Pastor
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