miércoles, 15 de octubre de 2008

Dios y lo materno



Evocando a su madre, ya lejos suyo, el poeta entrerriano Isidoro Blaisten escribía:

Yo quisiera llegarte y conversar contigo.
Decirte muchas cosas y no decirte nada:
Ser un hueco en tu falda,
un momento en tus manos,
un lugar despeinado en tus caricias,
un castigo ya cumplido en tus rincones.

Para esta fecha, pensar en la figura de una madre es traer a nuestra mente, ya sea sobre la base de experiencias propias positivas o sobre anhelos inalcanzados, imágenes asociadas al calor de hogar en el invierno, al sabor de la mermelada en los desayunos, a los aromas de atardeceres el jardín, al arrullo sereno que da paz en noches de tormenta. Es recordar la ropa perfectamente zurcida, el ajetreado guardapolvo blanqueado a nuevo, el soplo sobre la herida que arde, la luz encendida hasta la madrugada, el sueño propio postergado ante la prioridad del descanso ajeno.

En ella, en su espera paciente de nueve meses, en su gestación de vientre o de corazón, celebramos el don de la vida, el regocijo de la esperanza, el futuro de que se hace presente en el hijo de hoy, adulto de mañana. En la Biblia encontramos la mención de madres abnegadas y de la notable influencia que ejercieron: Rebeca, Jocabed, Noemí, Ana, Eunice... No sólo se les recuerda a los hijos su deber de honrarlas (Éxodo 20.12), con serias advertencias a quien infringe este mandato (Deuteronomio 27.16), sino que les asegura a ellas la protección de Dios: “Te amará, te multiplicará y bendecirá el fruto de tu vientre...” (Deuteronomio 7.13) ¡Qué privilegio Dios les ha concedido! Pero, a la vez, ¡qué responsabilidad han estado dispuestas a asumir!

Normalmente pensamos en Dios en términos masculinos, como el Padre. El devenir del cristianismo como parte de la sociedad y de la cultura nos ha impreso esta visión de su persona. Pero, en la Escritura también lo descubrimos en actitudes singulares: “Porque así dice el Señor: ...Ustedes serán amamantados, llevados en sus brazos, mecidos en sus rodillas. Como madre que consuela a su hijo, así yo los consolaré a ustedes... Cuando ustedes vean esto, se regocijará su corazón...” (Isaías 66.12-14) “Vean si no abro las compuertas del cielo y derramo sobre ustedes bendición hasta que sobre abunde.” (Malaquías 3.10) “¡Cuántas veces quise reunir a tus hijos, como reúne la gallina a sus pollitos debajo de sus alas..!” (Mateo 23.37)

Al reflexionar en esto nos surgen inquietas preguntas. ¿No asume Dios por sus hijos un cuidado tan tierno como firme que develan de él una arista maternal? ¿No es un privilegio de la mujer madre reflejar tan maravilloso aspecto de nuestro Hacedor? Reconforta el pensar que tenemos un Dios que se relaciona con sus hijos como un Padre presente y, a la vez, como una madre amorosa.

Si nuestra madre terrenal está aun con nosotros, que podamos ver en ella el reflejo de la actitud maternal de Dios y se lo reconozcamos al menos en este día. Si se nos ha adelantado, que con gratitud podamos experimentar la seguridad y la calidez de recostar nuestra cabeza en el regazo de Dios. Lejos de molestarle a él, extiende sus faldas, sus alas, sus brazos, y nos ofrece cobijo.

Yo quisiera llegarte y conversar contigo.
Decirte muchas cosas y no decirte nada…


Ricardo Fantini

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