El sábado 24 de mayo conmemoramos el 270 Aniversario de la experiencia del Corazón Ardiente del Rev. Juan Wesley en la calle de Aldersgate, Londres, Inglaterra. Por supuesto que sabemos que si bien esa experiencia no dio inicio al movimiento metodista, ya que este se dio varios años atrás, lo cierto es que dinamizó al movimiento y le imprimió una nueva perspectiva.El 24 de mayo de 1738, Juan Wesley asistió de mala gana a un servicio religioso de la sociedad morava en la calle Aldersgate, en Londres. Allí escuchó al coro cantar el Salmo 130.1-5. Después el predicador leyó una porción del Prefacio de Martín Lutero a los Romanos. Wesley describe en su diario dicho momento:"Como a las nueve menos cuarto, mientras escuchaba la descripción del cambio que Dios opera en el corazón por la fe en Cristo, sentí arder mi corazón de una manera extraña. Sentí que confiaba en Cristo, y en Cristo solamente, para mi salvación. Y recibí la seguridad de que Él había borrado mis pecados y que me salvaba a mí de la ‘ley del pecado y de la muerte’. Me puse entonces a orar con todas mis fuerzas por aquellos que más me habían perseguido y ultrajado. Después di testimonio público ante todos los asistentes de lo que sentía por primera vez en mi corazón." Una vez más podemos darnos cuenta de la gran trascendencia de tener una experiencia con Jesucristo y con plena certidumbre en Él. Plena certidumbre en que nos ha liberado de nuestros pecados y que nos ha salvado, pero esta experiencia no se puede quedar en lo intimista e individualista ya que tiene una trascendencia en lo social."
¡Quiero reformar la nación!"
Inmediatamente después de su nuevo nacimiento, Wesley se lanzó a la tarea de evangelizar a toda la nación. El escribió: "Quiero reformar a la nación; particularmente a la iglesia, y quiero esparcir una santidad escritural sobre todo el país". ¡Qué grandioso objetivo! Aparentemente, sin embargo, era un plan imposible, pero nunca se dio por vencido.En otra ocasión afirmó: "Tengo un solo punto de vista, el promover en cuanto me sea posible una religión vital, práctica, y por la gracia de Dios preservar e incrementar su vida en el alma de los hombres".Juan Wesley fue lo que Dios quiso que fuera: primordialmente, y sobre todo, un gran evangelista. Wesley sacudió a su primera congregación inmediatamente después de haber recibido a Cristo. El tema de su primer mensaje fue: "La salvación por fe". De esa manera, a la edad de 34 años, dio el trompetazo que inauguró el gran avivamiento evangélico del siglo XVIII en Inglaterra y que luego se esparció por todo el mundo conocido. ¿Necesitaba la iglesia tal renovación espiritual? Lamentablemente sí. Los predicadores carecían de ardor y pasión por las almas. "Sus sermones eran secos, metódicos y sin emoción. Entregaban con calma insípida sus mecánicas composiciones", declaró un historiador.
Predicar al aire libre era una novedad en aquellos tiempos. Wesley, siempre cuidadoso de la etiqueta, el decoro y la corrección, sintió timidez ante tal sorprendente perspectiva. Whitefield lo presentó ante una multitud y su texto bíblico aquel primer día resultó ser profético. Comenzó con Is. 61:1-2: "El Espíritu de Jehová el Señor está sobre mí, porque me ungió Jehová; me ha enviado para predicar buenas nuevas a los abatidos". Y así fue, ya que empezó a predicar las buenas nuevas a los pobres y así continuó durante más de 50 años, profundamente consciente de su debilidad, pero raramente abatido, a menudo bajo tensiones, pero siempre seguro sobre un fundamento firme. "El fuego se ha encendido en la nación —clamó Whitefield— y sé que todos los demonios del infierno no lo podrán apagar".
Predicar al aire libre era una novedad en aquellos tiempos. Wesley, siempre cuidadoso de la etiqueta, el decoro y la corrección, sintió timidez ante tal sorprendente perspectiva. Whitefield lo presentó ante una multitud y su texto bíblico aquel primer día resultó ser profético. Comenzó con Is. 61:1-2: "El Espíritu de Jehová el Señor está sobre mí, porque me ungió Jehová; me ha enviado para predicar buenas nuevas a los abatidos". Y así fue, ya que empezó a predicar las buenas nuevas a los pobres y así continuó durante más de 50 años, profundamente consciente de su debilidad, pero raramente abatido, a menudo bajo tensiones, pero siempre seguro sobre un fundamento firme. "El fuego se ha encendido en la nación —clamó Whitefield— y sé que todos los demonios del infierno no lo podrán apagar".
Campaña de cincuenta años
Wesley iniciaba ahora una campaña de alcance nacional y hasta internacional. "¡Todo el mundo es mi parroquia!" respondió con resonante firmeza a un obispo que lo criticaba incesantemente. Dios tenía una labor de evangelista itinerante para él, y Wesley la aceptó con entusiasmo.Él se consideraba un sencillo predicador vocero de las Buenas Nuevas a una generación necesitada y decadente. "Dios en la Escritura me ordena que, según mis fuerzas, instruya a los ignorantes, reforme a los malvados, confirme a los virtuosos", decía en una de sus innumerables cartas. "Los hombres me prohíben predicar en sus parroquias. ¿A quién, pues, escucharé? ¿a Dios o al hombre?" Nos hace pensar en lo que ocurrió con San Pedro cuando tuvo que responder a los líderes de Jerusalem diciendo: "Juzgad si es justo delante de Dios obedecer a vosotros antes que a Dios" (Hch. 4:19). Y San Pablo dijo: "Porque me es impuesta necesidad; y ¡ay de mí si no anunciare el evangelio!" (1 Co. 9:16).Con tales palabras se lanzó Wesley. Juan Telford declara: "Deliberadamente dio sus años a la gente humilde. Pasó sus días entre los pobres. Él se propuso atraer las masas a Cristo, y a ese fin fue fiel por más de medio siglo". A los 82 años de edad Juan Wesley pudo afirmar que el número de los que fueron llevados a Dios por el evangelio durante el avivamiento había sido mayor que el de cualquier época similar después de la de los apóstoles.
Los llamaron "Metodistas"
Wesley era tan metódico, organizado y disciplinado, que burlonamente tanto a él como a sus seguidores los apodaron "Metodistas". Más tarde, ellos mismos se apropiaron del apodo con sano orgullo. Juan Wesley era metódico al buscar el lugar desde el cual predicar. Visitaba el terreno, observaba la dirección del viento, buscaba un lugar elevado para proclamar el evangelio. Su impaciencia era notoria cuando el programa se llevaba a cabo en una sala pequeña o mal ventilada, o situada en algún rincón oscuro de la población. Él buscaba las multitudes; le desagradaban los rincones escondidos.El historiador Wood afirma tras laboriosa investigación que Wesley tenía un solo propósito con sus "sociedades metodistas": el cuidado de las almas y el cultivo de la vida de Dios en los recién convertidos. En su época, la Iglesia Anglicana -su propia denominación- y los pastores de la misma estaban muertos. No les interesaba la condición moral y espiritual de la comunidad. Vivían existencias materialistas y egoístas.Hay evidencia de que Wesley, al formar estas sociedades, clases bíblicas o células, tenía en mente despertar en la Iglesia Anglicana una sana envidia que la reformara y movilizara. Nunca fue su intención establecer otra denominación. Más tarde ello resultó inevitable. "No existimos para formar una nueva secta sino para reformar a la nación y en particular a la iglesia, y para esparcir la santidad escritural en toda la tierra", escribió. Y agregó: "Los Metodistas deben esparcir vida entre todas las denominaciones" y luego lacónicamente continuó "hasta que ellos mismos se tornen una secta separada".
El mismo clamor
¡Qué visión le impartió Dios! ¡Qué poder y unción del Espíritu Santo! Él y sus discípulos fueron hombres ordinarios usados en proporción extraordinaria. Se afirma con toda propiedad-aun por parte de historiadores no cristianos- que este avivamiento salvó a Inglaterra de una revolución sangrienta y destructiva. Gracias a ese gran despertar espiritual y moral, años más tarde la Palabra de Dios llegó también a países latinoamericanos. El impacto tuvo repercusiones internacionales. La evangelización del mundo entero en el día de hoy comenzó en esas raíces vivientes y vigorosas. Wesley y sus discípulos eran evangelistas y estimulaban a otros a que también lo fueran. Ganaban almas, las reunían, las alimentaban y pronto las capacitaban para que fueran asimismo ganadoras de almas. El clamor de Juan Wesley, allá por el año 1758, es el clamor que podemos decir: "¡Qué Dios nos mande obreros dispuestos a gastar y gastarse por sus hermanos!"